Enrique Escobedo  

El paroxismo se define como el acceso violento de una enfermedad o como el grado de mayor exaltación de un sentimiento, de un estado de ánimo o de una sensación. Por lo cual es común que en la religión y en la política sea utilizado por sus líderes a extremos de fanatismos o nacionalismos absolutistas morales y de reafirmación de la intolerancia. 

Ese extremismo político tiene nombres como fascismo, nazismo o estalinismo y que en la historia del siglo XX costó millones de vidas humanas en nombre de ideologías que ya demostraron su fracaso por la falta de pluralidad y de respeto por el disentimiento. Se trató de regímenes autocráticos que cayeron en la falsa dicotomía entre libertad o igualdad social. Es decir, concluyeron que la única fórmula de alcanzar una sociedad igualitaria era mediante el sometimiento de las libertades y la invención de enemigos. 

Es cierto que es lastimosa una sociedad donde existen extremos de opulencia y de miseria. También es verdad que ofende observar la existencia una casta burocrática insensible que se enriquece al cobijo de la impunidad y la corrupción. La generación de la riqueza y la adecuada distribución de la misma es uno de los grandes retos de los gobiernos. De ahí que los modelos de desarrollo son variados y requieren permanentemente adecuaciones.  

En otras palabras, hasta el momento los gobiernos más exitosos han sido aquellos que se han inclinado por permitir las libertades y el respeto a los derechos humanos y, a la vez, trabajan con políticas productivas e impositivas que durante algunos años graban la acumulación del capital y luego alternan durante otros cuantos años mediante los impuestos al trabajo.  

Esa fórmula, más el pleno respeto de los servidores públicos al Estado de Derecho, la construcción de obras de infraestructura con visión de futuro y, sobre todo, la inversión en educación de calidad es, hasta el momento, la más exitosa. Es cierto que estoy generalizando y que no es fácil aplicar un modelo de desarrollo como si se tratase de un experimento en algún laboratorio. Pero se trata de prácticas internacionales que, con toda proporción guardada, podríamos adecuar. 

Libertad, productividad y equidad social son una triada que demanda entendimiento de la geografía económica nacional e internacional, impulso a las fuerzas productivas y al trabajo formal, comprensión de las relaciones internacionales, sensatez y prudencia políticas en la conducción de una nación y, sobre todo, oportunidades de crecimiento cultural, en su acepción más amplia, de la sociedad.  

Es cierto que el crecimiento económico en la Unión Soviética después de la segunda guerra mundial fue impresionante, pero el costo de someter la libertad fue tan alto que ese modelo ya no existe. Por lo que respecta a la República Popular de China, hace años que abandonaron el modelo de colectivización de los medios de producción y hoy impera la privatización de las empresas públicas, consecuentemente esa nación asiática se fortalecerá como la primera economía del mundo dentro de algunos años, pero simultáneamente, las contradicciones por la falta de las libertades y el respeto a los derechos humanos serán materia de conflictos interiores.  

Lo que es un hecho, es que el paroxismo del politburó chino tendrá que aflojarse o será una primera potencia de corta duración. No es que yo sea un visionario o adivino, simplemente observo que los extremismos de gobiernos populistas, autoritarios e intolerantes no son la fórmula política-económica del desarrollo. 

Me preocupa el fanatismo religioso y el paroxismo político. Peor aún que en nuestro país se fusionen y vivamos una religión política con una casta burocrática divina impune, cerrada e inconmovible. Eso riesgos están presentes cuando la tendencia, como primer paso, es el fortalecimiento de un partido de Estado que atropella la pluralidad y desdeña cualquier voz que no está de acuerdo con sus ideas, pues la visión que impera es la de la fe ciega.  

Las elecciones que se avecinan el próximo mes de junio serán un parteaguas de la vida democrática. Mi propuesta y postura es la de alcanzar la libertad con justicia social, pues de ninguna manera son excluyentes y, sobre todo, evitar la religión del paroxismo político dogmático e intolerante.