La redacción
De acuerdo con estudios realizados por expertos en psiquiatría, el presidente López Obrador “es una persona con trastorno de personalidad narcisista patológica o megalómano, manipulador, rebelde, desleal, alborotador, traicionero e ingrato, lo cual le convierte en una persona demasiadamente peligrosa, que incluso se siente indestructible.
En abril de 2004, al calor de los debates provocados por los primeros “videoescándalos” que protagonizaron personas allegadas a López Obrador, un grupo de médicos especialistas entregó al periodista Blas Alejo Buendía, el resultado de un examen sobre el perfil psiquiátrico del ex perredista sureño.
Dicho estudio revela en una parte de su contenido que “Ser trata de una persona con una buena dotación intelectual cuyo pensamiento se encuentra formalmente estructurado”. Es capaz, agrega el documento, de anticipar, organizar y planear sus acciones y considerar previamente las consecuencias de las mismas. Es capaz de hacer juicios y razonamientos lógicos aunque las funciones de sentido y prueba de la realidad aparecen distorsionadas por el manejo manipulador del razonamiento.
“Esto lo logra con una tendencia enmascarada de intenciones inconscientes o con intensiones de manipular conscientemente la imagen que presenta”.
“Mantiene una actitud de rebeldía, desplazando a figuras que representan autoridad y rechazo por las bondades de éstas. La dinámica subyacente es la del príncipe, que espera y desea la muerte del padre para poder ser rey y mientras el padre viva se obstaculiza el deseo”.
“Su actitud es la de alborotador que no encabeza el movimiento que provoca y se ubica como el que apoya a los otros. De hecho lo que hace es echar a andar a los demás, es traicionero, porque tira la Piedra y esconde la mano, esperando que otros lo protejan”.
“Su competencia es desleal, pues está basada en el desprestigio del rival y no en la superación propia. Es un líder regresionador no progresista que lleva al contacto con los aspectos primitivos y a la pérdida de los reguladores adultos que son la madurez, la prudencia y la tolerancia”.
“Su propia necesidad egoísta, su ambición, su deshonestidad son vistas en los otros. Esto, para negar la envidia que siente por quien cumple con la función de gobierno y que le provoca el deseo de destruir y devaluar a quien posee lo que él desea, para así, no envidiarlo”.
“Es ingrato, no reconoce lo recibido como parte de la formación de su persona sino que se postula como quien se hizo así mismo y desconociendo a quienes le dieron trabajo, carrera y oportunidades”.
En el capítulo “Análisis sobre su Carácter”, el estudio menciona que “es ambivalente y conflictivo ante las figuras de autoridad. Está más orientado al personalismo que al proyecto comunitario aunque no vacila en utilizar este proyecto para su lucimiento, tiende a formar una imagen de redentor, grandioso y omnipotente”.
“Es capaz de ofrecer promesas mágicas como recurso para la seducción del auditorio, pero no se compromete nunca personalmente. Echar a andar a los demás y los hace pelear por él, manteniendo una postura de observador como si no participara de lo que provoca”.
“Se envalentona a distancia, cuando evalúa que no hay riesgo, pero evita el enfrentamiento directo y la confrontación. Es artero en el ataque y utiliza la calumnia con facilidad para desprestigiar a quien considera su rival”.
“Usa argucias, mañas y subterfugios de manera efectiva, es hábil en la manipulación para salir bien librado de la crítica. Se defiende bien y termina apareciendo como el auxiliar mediador del conflicto y las partes resultan las conflictivas”.
“Es de un carácter rebelde, intransigente e hipócrita que tira la piedra y esconde la mano”, concluye el análisis psiquiátrico.
EL INDESTRUCTIBLE
Ya como Jefe de Gobierno del Distrito Federal, –a cuyo cargo llegó por la votación de masas empobrecidas y burócratas socializados—López comenzó a ser blanco de diversos ataques, debido al surgimiento de algunos “oscuros pasajes” de su existencia, situación que tildó de “calumnias al benefactor”.
Fue entonces cuando se hizo llamar asimismo, “el indestructible”, a sus principales enemigos “los innombrables” o “impronunciables”. Además, delineó su plan para alcanzar la presidencia de la República en 2006.
Cabe señalar que el político sureño no debió ser aceptado en las elecciones de 2000, como candidato del PRD para ocupar la titularidad de la administración local, toda vez que no cumplió con el requisito de ser oriundo de la capital del país y tampoco tenía más de cinco años de residencia en la urbe. Hasta 1997 López Obrador se encontraba oficialmente domiciliado en su estado natal.
Sobre esta situación, hubo amplios y constantes debates en el Instituto Federal Electoral (IFE); pero la condescendencia de los partidos por un lado y el favoritismo hacia su persona por parte del también comunista José Woldenberg –entonces presidente de dicho órgano—le dejaron la vía libre hacia las urnas.
Esta situación arrojó los resultados que actualmente se padecen en la política y la vida cotidiana.
EL ORIGEN DEL COMPLOT
De acuerdo a investigaciones realizadas por este medio informativo, la historia del famoso complot, comienza en diciembre de 2004 con las imágenes de Cuauhtémoc Cárdenas, líder “moral” el PRD, en una Delegación de Policía, en donde trataba de aplicar sus influencias para liberar a un grupo de jóvenes que asaltaron una licorería, el cual era encabezado por su sobrino Johan Branef Batel.
Esto ocurrió apenas y algunos días después de que había ocurrido el linchamiento de tres agentes de la Policía Federal Preventiva en el pueblo San Juan Ixtayopan, –perteneciente a la entonces Delegación Tláhuac-, ante la inoperancia de los cuerpos policiacos del antiguo DF así como del gobierno local.
En octubre, la Cámara de Diputados se cerró en dos ocasiones por la violenta toma de la tribuna por los mismos diputados del PRD que en septiembre 2004 habían saboteado el informe presidencial y durante los meses anteriores se había visto una constante pasarela de “videoescándalos” protagonizados por los hombres más cercanos a López Obrador.
En medio, sin embargo, de tan pesada atmósfera de desprestigio que envolvió al PRD por los actos delictivos y subversivos que cometieron sus líderes, resulta sorprendente que en ese momento el periódico Reforma, el New York Times y la cadena televisiva CNN en Estados Unidos, se hayan referido a Andrés Manuel López Obrador “como la primera opción del electorado mexicano para las elecciones de 2006”.
Y mucho más extraño, pero coincidente, resulta lo declarado por el presidente Vicente Fox en Brasil, en el sentido de que “México está preparado para cualquier forma de gobierno”, en obvia referencia al viraje de izquierda que invade a casi toda Sudamérica.
Hace cinco años, el PAN rompió la hegemonía del PRI con un candidato que alzó la bandera del cambio para lograr seguidores, pero su triunfo no se hubiera producido sin el apoyo y activismo de amplios sectores del clero político y la bendición complaciente del Departamento de Estado Americano.
El viejo liderazgo panista creyó que inauguraba una larga era política bajo su control, pero desde mediados del periodo foxista, ya nadie puede ocultar que el “barco hace agua” y que difícilmente llegará a su destino, lo que explica el dicho foxista: “México está preparado para cualquier forma de gobierno”.
Lo grave es que mientras el PAN sigue con su acumulación de derrotas electorales y sus presidentes, fracasos de gobierno, no hay en la atmósfera nacional ninguna iniciativa política, ni del PRI ni de ninguna otra corriente que presente propuestas constructivas para salir del pantano en que se encuentran la imprescindible reforma del Estado y la reconstrucción de instituciones que devuelvan a la ciudadanía la fe en la nación y en las autoridades.
Asusta que a estas alturas del sexenio, los grandes partidos sólo se ocupen de golpearse entre sí, engolosinados con sus posiciones, como si ya cumplieran con un papel de segundas figuras que ceden espacio a la proclama del “proyecto alternativo de nación”, Veinte Postulados Hacia un Cambio Verdadero, de Andrés Manuel López Obrador, del que ya se ocupan muchos medios y la Revista Memoria, del Partido Comunista, como vocero de avanzada.
De acuerdo a un análisis elaborado por el Frente Nacional Luis Donaldo Colosio , “da mucho qué pensar la indulgencia de los tres poderes frente a la agresividad de los perredistas en todo tipo de ámbitos. Insultan al presidente de la República, se amotinan en el Congreso, agraden a puñetazos a los legisladores, irrumpen con turbas en actos públicos, despilfarran el erario público, se venden al mejor postor y siguen impunes en su sitio con una que otra excepción”.
Ese sospechoso proceder conduce irremisiblemente a la ingobernabilidad y al caos social que es precisamente el caldo de cultivo para el desplome de las instituciones y el arribo de “cualquier tipo de gobierno”, como dijo Fox.
Este cuadro de descomposición que asoma en México, no es ninguna novedad para el continente americano, toda vez que en años recientes se pudo visualizar en países como Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Uruguay y especialmente en Venezuela.
En estas naciones, la omisión de los partidos tradicionales para resolver los problemas populares fue sustituida por el clamor demagógico de las organizaciones de izquierda que no tienen escrúpulo en ofrecer todo lo deseable al pueblo ingenuo y necesitado para hacerlo marchar por las calles, provocar desórdenes y arrancarles su voto.
Tal es la historia de los Chávez, Lula, Kirchner, Lagos, Gutiérrez, Vázquez y demás ex guerrilleros que tras la caída del muro de Berlín se lanzaron a la implantación del socialismo por la “vía democrática”.
“Y como el camino más cómodo es el de las urnas, que todo blanquean, el muy conservador gobierno de Estados Unidos no sólo los acepta, sino que los defiende, como ya algunos círculos políticos de Washington y Nueva Cork comienzan a hacerlo con López Obrador”, manifiesta el Frente Nacional Luis Donaldo Colosio.
Conforme aparecieron las pruebas de la flagrante corrupción de los perredistas allegados al político tabasqueño, como Carlos Imaz, Gustavo Ponce y René Bejarano, se vio en los gestos del ex jefe de Gobierno el desdén por las acusaciones, como si él hubiera sido ofendido y no la sociedad.
Se negó a reconocer evidencias y nunca se deslindó de esos actos delictivos, pues solo se limitó a precisar que eran conductas ajenas a su gobierno, con lo que asumió implícitamente responsabilidades.
Cuando trató de desligarse de la situación, ya era demasiado tarde y urdió entonces la teoría de un “complot” para cerrarle el paso a la presidencia de la República, aunque nunca especificó quieren eran los complotistas. AMLO anda suelto y debido a su desmedida hambre de poder, logró su propósito: gobernar al país y ponerlo completamente de cabeza para vengarse de todos sus detractores. La situación, está de miedo.