René Cervera G.*
Aquella etapa de la historia en la que quienes estaban por renovar la vida colectiva, impulsando la igualdad social, se sentaron a la izquierda en la Asamblea del pueblo durante el proceso revolucionario francés, y a la derecha quienes pretendían una continuidad en los privilegios, sigue vigente, sólo que va adquiriendo matices frente a las nuevas circunstancias de la sociedad.
La política es un asunto de salud pública y es el diagnóstico el que dice si hay que operar o simplemente dar un masaje y recetar unas pastillas. Pero la verdad es que nadie, incluso el Estado, desea jugárselo todo en el quirófano.
Las revoluciones se dan cuando los síntomas reclaman una acción radical y en la conciencia de todo el cuerpo social se sabe que hay que operar.
Pero no toda operación es exitosa, corremos el riesgo de morir o de que los síntomas vuelvan como sucedió en la Revolución Mexicana.
La democracia tiene entre sus puntos centrales que podamos gozar de cabal salud sin exponer nuestra vida, de reglamentar la coexistencia de tal manera que a través del diálogo constante y los procesos electorales convivamos pacíficamente.
Debemos tomar en cuenta que en donde manda el capital no gobiernan los electores, y por esto es importante precisar que al impulsar la mayor equidad económica, nos estamos democratizando.
Esta es la posición de quienes hoy en día deben sentarse a la izquierda. Pero hay quienes siguen sentándose a la derecha de toda asamblea, procurando que la democracia se entienda como un proceso meramente político en donde la mayoría ignore los síntomas que le aquejan, en el entendimiento de que su pobreza es psicosomática, en un clima de comerciales que resultan ser placebos y soñando en que alguna vez van a ser sanamente ricos y no habrá necesidad de hacer una operación.
Este mundo de complejidades da lugar a que se extiendan las definiciones políticas, entre tanta ambigüedad.
Hay quienes después de hacer una revolución se han dedicado a defenderla y se convirtieron en conservadores, tal vez sin advertirlo o sin aceptarlo. Mucho de esto sucedió detrás de la Cortina de Hierro y me temo que también en la Isla de Cuba. Con estas experiencias, más las crisis económicas de los años 80, se hizo una carrera por alcanzar el centro político, sin considerar o tal vez a fuerza de considerarlo, que el centro significa inmovilidad.
Y se fueron utilizando palabras como Centro Izquierda y Centro Derecha, a las que recientemente les surgieron viejas expresiones políticas que en medio del temor se han calificado como opciones extremas.
Dicen que los extremos se tocan o tal vez nunca estuvieron separados, entre el comunismo y el fascismo hay un denominador común: el autoritarismo como metodología.
Unos para alcanzar la sociedad sin clases y otros para que gobiernen los más aptos desde un punto de vista estructural, pero ambos tienen el impulso de eliminar toda manifestación política que pretenda contradecirlos.
En el marco de la lógica inocente, quienes se dicen demócratas son la alternativa al comunismo y al fascismo, y corren deportivamente al centro de la geografía política.
Pero la vida no es tan simple.
En el nombre de la democracia se han invadido más países últimamente que en el nombre del comunismo o el fascismo. La globalidad parece ser la patente de corso para asolar a los países que no están dispuestos a poner en remate sus recursos naturales y humanos. Y es aquí en donde tanta hipocresía da lugar a que los aparentes extremos aparezcan como alternativas.
¿Cuál es la diferencia entre el Centro Derecha y la Derecha Extrema? A manera de ejemplo, unos son, sobre todo, clasistas y no ven con tan malos ojos a los emigrantes, sobre todo si son mano de obra barata. Los otros se oponen sobre todo a que la presencia de pueblos con piel oscura le reste blancura a sus contornos.
Unos promueven la lucha del hombre versus la mujer y de esta manera ya no hay lucha de clases. Los otros son estructuralistas y no conciben que las mujeres sean iguales a los hombres.
Unos son internacionalistas y prefieren que el mundo sean una sola entidad gobernada por el capital transnacional; los otros son estructuralistas y están convencidos que hay naciones y culturas que deben gobernar a las otras.
Unos conciben a los trabajadores como máquinas a las que se les debe dar mantenimiento; los otros, como máquinas sustituibles en su momento.
Unos quieren un Estado casi invisible que les de tranquilidad a los inversionistas; los otros, un Estado que excluya a los más debiles.
La diferencia entre el Centro Izquierda y la Izquierda Extrema es que la segunda le sirve a la primera para asustar a los electores.
Casi nadie en estos días propone un modelo de economía totalmente estatizada o se ve a sí misma como una dictadura popular. Hasta Norcorea se define como democracia popular, y gradualmente quienes insisten en un gobierno, producto de una antigua revolución sin considerar la voluntad de los gobernados, van desapareciendo.
Los partidos que se definen como de Centro Izquierda son organizaciones que originalmente se ubicaron a la izquierda y se corrieron tímidamente a la derecha.
Ya Abraham Lincoln, al aclarar que la democracia es el gobierno del pueblo y para el pueblo, advirtió cómo en el nombre de la democracia, los dueños de los grandes capitales imponen su voluntad por encima de los intereses de la mayoría.
La democracia es la posibilidad de ratificar políticas o de rectificarlas y lo cierto es que existe un ambiente de chantaje muy fuerte para quienes pretenden cambios profundos dentro de una economía acostumbrada a darle más a quien más tiene.
Una izquierda que comprende el derecho humano de emigrantes que buscan mejores condiciones de vida fuera de donde nacieron, el derecho de tocar puertas, pero reconoce el derecho de abrir o no abrir de quienes están del otro lado.
Una izquierda sensible a los problemas de todo género, que entiende que hay mujeres más inteligentes que el común de los hombres, y hombres más inteligentes que el común de las mujeres, y por eso deben gobernar, sin forzar a la paridad de género, rompiendo de esta manera la voluntad de los electores.
Una izquierda ni dogmática ni caudillista capaz de manejar valores históricos que le dan identidad a su país, sin aceptar automáticamente compromisos internacionales, con capacidad de reflexionar que conviene y que no.
¿Qué tal una izquierda centrada y objetiva capaz de ser elocuente, que se mueva como pez en el agua en la pluralidad y sostenga que el bien social está por encima del interés particular?
*Director de La Orquesta Filosófica. Pueden seguir su proyecto radiofónico, dedicado a la difusión del arte, la ciencia y el análisis político, en el siguiente enlace: https://www.facebook.com/orquestafilosofica/