René Cervera Galán*
Uno o una nace con ciertas condiciones étnicas, de género, de condición social, orgánicas y de fenotipo que derivan en un lugar social, nos dificultan o facilitan ascensos sociales o simplemente el ejercicio de nuestra voluntad.
Últimamente en el afán de potencializar los derechos humanos, por encima de los derechos sociales, vinculado al propósito de impulsar el individualismo como doctrina política, se han puesto en el mismo grupo: mujeres, indígenas, infantes, adolescentes, adultos mayores, homosexuales, discapacitados, y transgéneros como grupos vulnerables que tienen prioridad en la atención de las leyes.
Es decir, aquella concepción de los derechos, de los obreros y obreras, de las y los campesinos y de los empresarios que también tienen derechos, prácticamente desaparecieron del vocabulario moderno.
La premisa es que la suma de grupos minoritarios es la mayoría. A primera vista tiene lógica que quienes históricamente han sido excluidos sean recompensados. Las preguntas que están pendiente es: ¿A cambio de qué? ¿Cuáles serán las políticas para impulsar una sociedad debidamente integrada?
Lo idóneo es que la vieja sociedad cambie su modo de convivir por sí sola, pero como este proceso es lento se han construido leyes que forzan la convivencia.
Ahora la ley obliga a incluir cierto número de mujeres, homosexuales, discapacitados, jóvenes, e indígenas a los órganos de gobierno y presionan para que de igual manera se incluya esta medida en las empresas particulares.
Le llaman acciones afirmativas palabras que son un sustituto de acciones forzadas, vengativas y acciones autoritarias.
Las consecuencias de estas acciones es que el racismo, la xenofobia, los feminicidios, la misoginia, las migraciones y los partidos políticos considerados de extrema derecha van creciendo y también la desigualdad social, la pobreza, la violencia, el desempleo y el autoritarismo.
Integrarnos socialmente en el marco de la democracia implica respetar todas las formas de existencia en un ambiente de respeto recíproco y convencer más que imponer, en la inteligencia de que todos cabemos en una democracia, pero sabiéndonos acomodar.
Lo preocupante de esta modalidad, es que pone al centro lo físico, porque lo que determina el lugar que ocupamos en el universo son las características de nuestro cuerpo y no de nuestro pensamiento.
El análisis histórico, la filosofía política y los intereses de clase se han ido desvaneciendo, frente a la intención de actuar en función del pensamiento único.
La sociedad y los individuos que la componemos, estamos determinados por la productividad, y en política esto es de la mayor importancia; obligar a tener paridad o porcentaje de grupos es banalizar el sentido de la política.
Desde luego que hay mujeres con mayor habilidad que el común de los hombres para la política, así como hay hombres más hábiles que el común de las mujeres en el ejercicio de la política.
Hay jóvenes brillantes y las preferencias sexuales no determinan el quehacer político, pero la productividad se da en función de la sensibilidad y el conocimiento para precisar un diagnóstico de las condiciones sociales y promover la solución y para esto, si de algo tenemos que obligar a los actores políticos es de que promuevan a los más eficientes en el marco de su filosofía, independientemente de su género, edad o cualquier otra condición.
Que se fijen los requerimientos para competir en igualdad de condiciones y se le deje la decisión a los electores como corresponde a una democracia.
*Director de La Orquesta Filosófica. Pueden seguir su proyecto radiofónico, dedicado a la difusión del arte, la ciencia y el análisis político, en el siguiente enlace: https://www.facebook.com/orquestafilosofica