Víctor Hugo Islas Suárez
La respuesta a esta pregunta no admite un sí o un no rotundo, sino que requiere de un análisis un poco más complejo que permita tensionar posiciones. La pregunta no es ingenua a días de que en nuestro país comenzara la vacunación, aunque el interrogante es antiguo, ya que entre nosotros vive un grupo cada vez más numeroso de autodenominados anti-vacunas, el debate se actualiza en virtud no ya del derecho a vacunarse, sino del derecho a no vacunarse.
Cuando se escribe sobre la existencia de un derecho, siempre es necesario buscar si su ejercicio no se encuentra reñido con el ejercicio de derechos de otros y, en su caso, buscar una forma razonable de compatibilización. Cuando mencionamos el derecho a no vacunarse, de lo que estamos hablando es del derecho a la autonomía del cuerpo.
Sin embargo, existen diferencias en relación a otras formas de ejercicio del derecho a la autodeterminación del cuerpo, como el caso de la no transfusión de sangre por motivos religiosos a personas mayores de 18 años. En este caso, la autonomía está protegida por el artículo 19 de la Constitución Nacional que entiende que las acciones privadas de las personas que no afecten a otros no pueden ser materia de regulación del Estado. Cuando una persona en pleno uso de sus facultades decide no transfundirse sangre, incluso con el riesgo de morir, no está afectando a nadie más que a ella misma. En cambio, cuando hablamos de no vacunarse contra una enfermedad que ha causado 80 millones de contagios y cerca de 1.5 millones de muertos, el asunto es un poco más complejo, porque lo que también está en juego es otro derecho: la salud pública. No vacunarse no es una acción privada que no afecta a terceros.
¿Por qué? Porque quienes no se vacunan siguen siendo portadores y distribuidores potenciales del virus, pudiendo contagiar a quienes no se han vacunado todavía o quienes no pueden vacunarse por cuestiones inmunológicas o de edad. Estamos hablando del conflicto entre un derecho individual (a no vacunarme) reconocido en nuestra Constitución Nacional y otro derecho de carácter social que también tiene raigambre constitucional (derecho a la salud pública que implicaría el riesgo de contagio y que la enfermedad continúe circulando). ¿Cómo compatibilizar ambos derechos?
La respuesta a la pregunta no puede resolverse desde la guerra de los absolutos, por lo menos, no puede ser resuelta así en nuestro sistema jurídico que reconoce derechos individuales y también reconoce derechos sociales sin jerarquizar unos sobre otros.
¿Qué sería la guerra de los absolutos? Determinar la existencia absoluta del derecho a la autodeterminación del cuerpo siempre o, por el contrario, establecer que la salud pública es un derecho que está por encima de los derechos individuales. Por supuesto que el tema es más complejo que la frase de manual “tu derecho termina cuando comienza el mío”, pues no se establece una forma razonable de balancearlos. Generalmente, la frase “tus derechos terminan cuando comienzan los míos” es una fórmula muy utilizada por la derecha para anular los derechos de los demás sin dar más explicación que el recorte a los propios. En otras palabras, si tu derecho a no vacunarte termina cuando comienza mi derecho a no contagiarme, también mi derecho a no contagiarme termina cuando comienza tu derecho a no vacunarte. Es necesario buscar otra fórmula que resuelva el conflicto.
Pero podría ser obligatorio, por ejemplo, para empleados públicos de todas las reparticiones, para todo el personal de salud público y privado, para docentes y estudiantes. ¿Qué sanción podría establecerse para estos casos sin recurrir al sistema penal? Por ejemplo, multas, cesantía o no poder asistir a clase para estudiantes.
Que se repartan de manera gratuita es una conquista de derechos. Ojalá no haya que convencer a nadie de lo importante que es vacunarse para el otro, pues el derecho a no vacunarse no es un mero asunto individual. Cada no vacunado por decisión propia es también un riesgo para un no vacunado por imposibilidad y asegura así la circulación del virus y la continuidad de la pandemia.
Nunca la interdependencia como especie y la precariedad de la vida estuvo tan latente. Ojalá no haya que exigirle a nadie que se vacune. Ojalá triunfe el cuidado del otro sobre los legítimos miedos, desinformación, e ignorancia propios.