El conflicto entre Rusia y Ucrania nos hace ver cuán poco se han entendido las lecciones que la guerra le ha dejado a la Humanidad. Por la ceguera de unos cuantos individuos el destino (la tranquilidad, la estabilidad, la vida) de muchos otros pende de un hilo. 

Quizás haya que precisar una cosa: ese círculo de “algunos cuantos” consiste en el líder y quienes trabajan para él. Dicha relación, según se ve en determinadas situaciones, está movida por una fe ciega en los ideales que encabeza o representa esa persona. Lo es a tal grado que pocos osan contradecirle cuando conviene o, en el mejor de los casos, avisarle que está haciendo mal las cosas. Prefieren no perder la posibilidad de seguir siendo agraciados por los caprichos de quien comanda. 

Volvemos a Ucrania: según múltiples fuentes, el presidente ruso Vladímir Putin recibe informaciones que mucho distan de lo que en realidad ocurre, puesto que sus allegados temen represalias si comunican malas o contrarias noticias para los intereses del Kremlin. ¿Locura u optimismo? Una o las dos, según se le mire. Lo cierto es que esas actitudes demuestran una cosa bien clara: la extraña necedad de no querer escuchar a los demás, ni por demagogia. Esa obsesión, tan propia de los caracteres autoritarios, genera que se olviden por completo de la realidad en que habitan; la noción de la vida real es un murmullo que no les deja pensar, que los aturde y vuelve necios. 

Quienes conocen de estrategia (o quienes tienen dos dedos de frente) saben que, si se busca mejorar, lo primero que debe hacerse es identificar cuáles son los puntos débiles, es decir, reconocer dónde están los errores para poder corregirlos. Si quienes rodean a los líderes no tienen la entereza para comunicar esos fallos, únicamente hacen más amplia esa brecha entre quien se encuentra a cargo y la realidad que los circunda —y por la que deberían de preocuparse.  

Por otros lados del mundo, nosotros, como ciudadanos, sí deberíamos preocuparnos de que quienes están en cargos importantes no sepan distinguir entre su deseo y la realidad. Hay lugares en que esto se confunde con el optimismo, con la simulación y la necedad. ¿Cómo pretender ganar cualquier batalla cuando ni siquiera sabes que vas perdiendo?