El Caminante
La carpa fue el teatro popular de inicio del siglo XX, un lugar lleno de baile, magia, de canto y espectáculos para los pobres, los saltimbanquis recorrían cada pueblo en busca de ganar unos “fierros” a cambio de su arte. Fiel a la costumbre y el ingenio mexicano, la carpa también se convirtió en un lugar para la denuncia social y crítica política mediante la comedía, situación que les repateaba el hígado a los politiquillos de siempre, a los “pulpos chupeteadores” como les decía “Palillo”.
Fue precisamente Jesús Martínez Rentería, uno de los que más ingeniosos del humor y la denuncia que inspiró a otros a seguir sus pasos, a no permanecer en silencio, aunque eso representará ir a parar “al fresco bote”, amenazas y la censura por parte de los grotescos aludidos, diputadillos, presidentes municipales, jefes de la policía y del Departamento del DF, o de los lidercillos sindicales “charros” que se sentían lastimados, parece que muy poco ha cambiado ¿verdad?
En 1985, México padeció una de las peores tragedias, un terremoto que destruyó las entrañas del país y al mismo tiempo desnudó la incompetencia y corrupción del gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado, la televisión mexicana nos preguntaba ¿Qué Nos Pasa? y se convirtió en la nueva carpa. Una verdadera sorpresa televisiva en la empresa de Emilio Azcárraga Milmo, el mismo que hacía “televisión para jodidos” o que se declaró “fiel soldado del presidente”.
Desde ese lugar Héctor Suárez, retrató el pensamiento de los ciudadanos, los sentimientos que se traían pero por temor no se decían, eran otros tiempos sin redes sociales por supuesto, quizás -y que bueno- se les salió de control, incluso al mismo actor, así nacieron personajes icónicos que justificaban sus acciones en el “se me hizo fácil”, pasando por el “nomas”, o “no hay”, los que querían rock adoptando estereotipos venidos de fuera, pero también la mala leche de los burócratas, ministerios públicos, policías y funcionarios.
El artista descubrió los alcances que tendría, lo incómodo que era para el régimen y a los empresarios, quienes lo utilizaron como justificador de la “libertad de expresión”, pero al no controlarlo por completo, le valió varias visitas al Palacio de Cobián para ser reprendido por el secretario de Gobernación, o por la hermana del presidente que manejaba RTC y en la residencia oficial de Los Pinos con Carlos Salinas de Gortari, para que le bajará un poquito, probablemente eso le puso el freno, pero no lo detuvo.
Pese de los excesos del alcohol y las drogas, a los cuales se sobrepuso, entregó varias joyas para el cine nacional, hizo de todo, limpio parabrisas, vendió flores, despacho en unos baños públicos, fue “Santaclos” (Santa Claus) en La Alameda, cruzó a los Estados Unidos donde fue víctima de los gringos y nos mostró las carencias, el drama cotidiano desde la comicidad que viven los olvidados del campo buscando una vida mejor en la gran ciudad de los años 80.
Fue el gandalla de la colonia, el “todas mías”, porque a pesar de todo se quedó con la más bella de la “Lagunilla, mi barrio” y le cumple porque le cumple, pues quien le manda comerse la torta antes del recreo y eso sí pocas garras, pero bien “padrote” con su sello particular “los tirantes”.
Cada uno de sus personajes, nada elaborados porque son de la barriada, supuraban machismo, clasismo y hasta misoginia involuntaria, así era él y los tiempos que le tocaron vivir. Se definía como un actor que le gustaban los clásicos. Era capaz de suspender entrevistas cuando lo llamaban cómico, siempre serio y rostro adusto que rompió los estereotipos de los bonitos para el cine y la televisión.
Siempre inconforme con los gobiernos del PRI, del PAN y de Morena, Justo Verdad vomitaba a los presidentes. Actor clásico del teatro de tesis descubierto por Carlos Ancira, de gustos finos e intelecto elevado, pero al mismo tiempo admirador y heredero de los carteros, oriundo de la colonia Obrera de la ciudad de México, estrella picara internacional que nunca, nunca se fue del barrio.