Ivette Estrada

Cuando una persona sabe quién es y los valores que tiene, no sucumbe a espejismos de falso poder. No le interesa el juicio de los otros porque sabe que el auto concepto es lo único que importa.

Y a la par que agradece sus dones, reconoce en los demás su unicidad y belleza. Una persona que se valora aprecia a los otros y los reconoce, no teme mostrarse admirada o vulnerable. Aunque por lo general es gregaria y gusta del trato con personas de diferentes ideologías y estilos de vida, jamás busca la aprobación o elogio del otro.

El no tratar de gustar es una condición imprescindible de la autoestima. Si algo le molesta lo dice, expresa desacuerdos y no teme plantear una queja cuando se siente desdeñada o tratada con injusticia. Quien se ama es capaz de encontrar ángulos positivos en las situaciones más desastrosas y caóticas, pero eso no implica que se auto engañe o vea todo a través de cristales color de rosa. Simplemente, tiene juicios más serenos y equilibrados.

El auto concepto positivo genera seres que no valoran a los demás por su apariencia, dinero o poder. Ama desinteresadamente porque nadie puede darle nada a quien se aprecia  a sí mismo: él ya posee todo en sí.

Quien se ama a sí mismo jamás ruega el amor o compasión de otros, no suplica por atención o cariño, pero tampoco se deja seducir por lisonjas, reconocimientos o dádivas. Es inmune a chantajes emocionales y día a día aprende a vencer a sus propios demonios: ego desmedido, autoreproches, minusvalía y un largo etcétera.

Es muy fácil aconsejar ámate, pero en ninguna universidad den tal asignatura. Creo que es algo difícil de aprender en nuestra cultura, donde la religión persigue virtudes tan cuestionables como la falsa humildad y el sacrificio no entendido como sacralización, como debería ser sino como autoflagelación y el sentido enorme de auto flagelamiento y menosprecio propio, la noción aberrante de no merecer el cielo, metáfora de la felicidad.

Vivimos entonces en una era de espejismos de amor, de simulacros y falsos dioses. Anteponemos el valor comercial a todo, a las personas sobre todo. “Amamos” lo que representa poder: juventud, belleza, dinero, condición social, salud…y en ese afán desdeñamos condiciones vulnerables: lapsos de indecisión o dolor, enfermedad, vejez, carencia de oportunidades o recursos. Nos aterra el otro lado del poder falso. Es decir, todo aquello que se puede robar, perder o acabar.

Así, debemos redescubrr el verdadero poder, el que nunca desaparece el que prevalece siempre sin importar tiempo ni condiciones, el que se halla en valores sólidos y no mesurables. Ahí se encuentran el amor, compasión, dignidad, honestidad, lealtad, fuerza…es todo aquello que admiramos verdaderamente en otros y en nosotros.

No se trata de bienes efímeros, de aquello que tiene un precio en el mercado, se trata de lo que está en la esencia de cada uno., en aquello que quisiéramos atrapar por siempre para quenes amamos. Para lograrlo, sin embargo, se necesta adentrarnos en lo que somos realmente y empezara descubrir que estamos llenos de virtudes preciosas y que nuestra vida es la mejor página que escrbimos día a día.