Ivette Estrada
Nos obsesiona saber las características de quienes nos convienen tener cerca y de qué define a las personas tóxicas. Buscamos signos inequívocos que nos permitan distinguir a los seres que nos rodean, apostamos a nuevas relaciones con la velada esperanza de que no nos traiciones. Así deambulamos por la vida con reticencias a confiar y con muchas máscaras para lograr “ser” lo que los demás esperan de nosotros.
A medida que pasan los años se recrudece nuestra cautela. Incluso sonreír a un desconocido puede resultar “raro”. A veces, incluso, hay quienes rehúsan devolver el saludo en un elevador o la calle. Nos volvemos cautelosos.
Recuerdo que una conseja popular era: No hables con extraños. Y en esa lista indefinida de no conocidos podría estar el “señor del costal” como le nombraban a los robachicos. Sin embargo, siempre creí que un desconocido era un amigo potencial. Lo creo ahora todavía, ya cn más de medio siglo de vida, y lo creeré hasta el día en que deje esta realidad física.
¿Por qué el temor a hablar con desconocidos?
_Pues imagínate. Si en la propia familia luego nos hieren y maltratan. ¡Qué puedes esperar de un extraño?
¡Si supieran! Yo espero todo: amigos, confidentes, colegas, socios, amantes..¡todo! Creo en la gente pese a algunas traiciones y decepciones. Tengo parches en el corazón y aún así creo sinceramente que lo mejor está por venir siempre y que todos los seres humanos son maravillosos y hacen lo mejor qque pueden con el nivel de consciencia que tienen.
Esto no es ingenuidad. Tiene una sólida base racional: cada uno de nosotros siente. Al entablar relaciones con alguien sabes si esa persona te hace sentir feliz y agradecida con la vida o te resulta molesta por quejarse continuamente o por renarte de reproches.
En el trato cotidano descubres amigos que te valoran y aquellos que te utilizan, hermanos que están contigo en las buenas y malas y aquellos que manifiestan envidia o “empañan” un día que creías radiante.
Dentro de cada uno existen las emociones. La forma en la que se traducen las percepciones. No hablo de sexto sentido o corazonadas. Es algo más material y certero: ¿cómo te sientes al compartir el tiempo con alguien? Si te parece agradable y sereno está perfecto. Si comienzas a menospreciarte, enojarte o sumirte en peligrosa indiferencia ante todo ¡huye!
No se trata de banal hedonismo, el asumir que debemos permanecer felices todo el tiempo o el actuar como autómatas alejados de todo para “no tener apegos”. Se trata de confiar en nuestras creencias, valores, raíces y motivos. Se trata de asumirnos como seres con una historia única que buscamos motivos y realizaciones también únicas.
Bajo tal perspectiva, no existen ángeles o demonios, sólo personas que nos hacen bien o mal. Eso es algo personalísimo que debe determinar cada quien. Porque es posible que una persona determinada para mí sea un regalo de vida y a otra le parezca mezquina. El juicio de los otros no cuenta, sólo el de cada uno.
Si confiamos en que tenemos una sabiduría interior (conocimiento con amor) que nos guía por la vida, nunca temeremos conocer personas nuevas o involucrarnos en proyectos fuera de la rutina. Nos otorgaremos permiso para disfrutar a plenitud cada persona y momentos.