En The Chairman Dances, John Adams, de la mano del minimalismo, creó una obra impactante, no sin una dosis de humor posmoderno que aún en 2019 hace sonreír
“Fue una parodia de cómo imagino una película musical china de los 30’s sonando como: a) una vasta fantasía de una ligeramente ridícula, pero irresistible, imagen de un joven Mao Tse Tung bailando foxtrot con su compañera Jiang Qing, ex diva de las películas, y la futura Madame Mao. Y b) la mente y el espíritu detrás de la Revolución Cultural y la estridente estampa de miembro del Gang of Four”
John Adams
Por Jesús Serrano Aldape
En The Chairman Dances (foxtrot for orchestra), compuesta en 1985, el compositor estadunidense John Adams crea un vitral para contemplar la evolución musical, nada menos. Comienza con esas cuerdas que van hacia el infinito, muy al estilo de los minimalistas John Cage, Terry Riley y Philip Glass, con ese poder imaginativo que asemejamos como el viaje por el espacio desde que Gustav Holst tocó la temática en 1916 con su sinfonía The Planets.
Pero como Adams, (Boston, Massachusetts, 1947), lo ha dicho, su intención con el minimalismo no es prolongar la repetición ad infinitum, sino “construir de ahí, pequeñas piezas arquitecturales que terminan deviniendo en otras rutas”, algo así como las ramas de un árbol esparciéndose.
Es lo que llama la atención de esta formidable pieza, que prosigue con las cuerdas repitiéndose de forma minimalista, pero luego tiene un breve coqueteo con el dodecafonismo de Arnold Schöenberg, a saber, durante la parte en que los instrumentos de cuerda comienzan a ser invadidos por notas atonales, pero aún así prosiguen subiendo el tono de su locura, sin abandonar la repetición (¡es excelso!), siempre sobre la misma línea melódica marcada por los instrumentos de cuerda en repetición, los cuales toman turnos ocultándose y luego emergiendo de las sombras con más poder, creando un caos que parece que va a prolongarse y que nos va a engullir.

The Chairman Dances está contenido en Harmonielehr (1985)
Es donde entra el genio creativo de Adams, considerado el último de los minimalistas, aunque según él, más bien, “un músico sin género”. Toda esa gozosa y caótica muestra de temperamentos, es en realidad sólo un intro bastante poco convencional para el tema principal en sí.
Porque lo que escuchamos en seguida es el romanticismo irrumpiendo en pleno, un baile para el Chairman, el Jefe del partido comunista chino, Mao Tse Tung. Los violines y la música sufren un ralentí, asemejan en ese momento un gramófono, con un disco tocándose, con el rasgueo de la aguja, es nada menos que Mao bailando foxtrot con su esposa Jiang Qing.
Todos los pasajes que atraviesa desde el inicio The Chairman Dances (foxtrot for orchestra) vienen a desembocar en la observación casi literal a una estampa curiosa y convencional que ahora, gracias a la música de John Adams, ya es un instante de inspiración legendario; un giño de ojo, como si nos metiéramos en un instante de la vida de uno de los hombres más influyentes de la historia moderna.
Es de una creatividad apabullante. Parecemos emprender un viaje cuántico a través de la misma fábrica del tiempo, con los relojes marcando las horas. Pero el sentimiento que proyecta la música es de energía y determinación, de una vívida imaginación, con un saludable ánimo creativo que jamás se asienta en un ciclo. Es como recorrer los instantes previos a ese baile de foxtrot de Mao, donde la música se convierte en una ventana a los años 30, con todo ese clasicismo de los abuelos y ese vivir sencillo, para luego abandonar el episodio en pos de otra aventura muy distinta.
Es soberbio cómo el tema jamás deja de inocularnos la sensación de vanguardia, con ese dejo de era espacial, la reiteración de las cuerdas y vientos; cómo continúa girando todo ante la escena romántica de Mao en su baile, una simple escena que no parece tener ni un dejo político, más allá de mostrar al controversial líder político en un momento de esparcimiento de su juventud.
Según algunos expertos musicales, The Chairman Dances se asemeja a las viejas películas clásicas chinas, con todo ese candor e inocencia de los filmes comunistas de propaganda. Pero en todo caso no sólo es eso. La que podría asemejarse como segunda parte parece música de cine de aventuras y continúa volviendo, de vez en vez, al romanticismo del baile, como un vals que a Tchaikovski le hubiera agradado, pero con los violines y chelos tocándose en una repetición perpetua que a John Cage hubiera hecho sonreír.
El grand finale también merece una atención especial por la clase de instrumentos que incorpora. Es donde para entender la música de Adams, (en verdad posmoderna), debemos saber de su gusto por el jazz, el blues, el rock y cómo incorpora a la orquesta los hallazgos de esas músicas populares.
Es por ello que quizá resalte más la idea de esta pieza, que hace uso de todos los músicos de la orquesta y lo que tienen que tocar éstos los lleva a un movimiento perpetuo, similar al trajín de la idea musical y es difícil no ver el disfrute de los músicos ante ese caos sostenido que se subvierte en varias ocasiones en los casi 13 minutos de duración, una pieza que suele hacer bailar (de algún modo) a los directores de orquesta.
Gran recorrido que comienza como alguna pieza de Philip Glass, con su repetición que sugiere continuum, para asemejarse luego a un tema romántico, para luego abandonarlo todo y convertirse en música dodecafónica y luego todo en un viaje rumbo al final enigmático, con las cuerdas desapareciendo súbitamente, y el piano y las percusiones marcando el ritmo y conduciendo la pieza hasta el final agónico, hasta que ya no se escucha ni siquiera un sonido.
Escucha aquí The Chairman Dances de John Adams:
Y acá el tema como propaganda comunista.