“Michael Nyman”

Memorial de Michael Nyman, además de sonorizar uno de los instantes más brillantes en la carrera del cineasta británico Peter Greenaway, es una de sus composiciones más impactantes

Jesús Serrano Aldape

A la distancia, imagino que Peter Greenaway sólo quería una pieza que cubriera en un solo plano secuencia el momento cúspide de su cinta más conocida, The Cook, The Thief, His Wife and Her Lover, (1989), una pieza en que se viera de bien a bien todas las obsesiones del británico, con la numerología, la repetición, la asimetría, la historia del arte, la podredumbre, la vida, los mutilados, la decadencia y la muerte. Y a través de esa distancia, Memorial, de Michael Nyman (Stafford, Inglaterra, 1944), entrega en forma musical y con creces cada una de las características del cine de Greenaway.

Su relación creativa comenzó con The Draughtman’s Contract (1982), y terminó abruptamente tras la adaptación a La Tempestad, de William Shakespeare, Prospero’s Books (1991), en un estadio en que Nyman se refería ya públicamente a Greenaway como una suerte de Prospero arrogante y autocrático; “una muestra de lo necesario que es tener empatía para lograr un balance mental”, le decía, no sin cierto tono de ira, ya en 2002 a Peter Conrad en una recordada entrevista para el diario británico The Guardian. 

Pero a finales de los ochenta aún era una luna de miel creativa para estos dos, y fue entonces que Nyman ilustró en su marcha fúnebre decadente de 12 minutos, las paráfrasis que a Greenaway le quitan el sueño aún hoy día; todavía era un Peter que cabía por la puerta, antes de volverse tan espeso como para ya no entenderse ni él mismo.

Greenaway, el pedantísimo auteur que prescinde de la historia y el argumento, aún quería obsequiarnos una en estos tiempos y quería regalarnos un final que suscitara polémica y en ese conejo bajo la chistera con que Georgina (Helen Mirren) consuma su venganza sobre Albert (un soberbio Michael Gambon), se escucha el tema musical que nos ocupa.

Es tan viable pensar que sin la música que Nyman creó para la escena cumbre en The Cook…, quizá la leyenda de Greenaway como el provocateur de la época no se hubiera consumado. Y si al mismo tiempo en la industria fílmica hay películas que se caen si la música incidental falla, revelando la carencia histriónica de los actores, la maestría de Greenaway consiste en, (una muy rara en él), humildad creativa, que comprendió que la monstruosa secuencia de Memorial necesitaba incluir la música en toda su extensión.

Still de la película The Cook, The Thief, His Wife and Her Lover (1989)

Se enteró PG de la importancia conceptual del tema y cómo hacía volar sus conceptos, con sus violines atemperadores de una tensión que se anuncia catastrófica e inminente.

Con audacia, esta música precede a una revelación venidera y en el tempo y repetición sabemos que no es grata. Comienza con Nyman tocando el piano, con una tensión creciente, parece que le hace daño a sus dedos al presionar las teclas con tanta contundencia, marcando el ritmo para su banda, la Michael Nyman Band. Los violines atemperan un amasijo de virulencias que llegan a cierto punto antes de retraerse y contenerse, sin desbordarse, como si los mismos violines –que van pintando el cuadro–, sirvieran para abovedar las emociones; pero el encanto tras la repetición es que es obvio que tal freno es temporal, cada ciclo va trayendo más tensión. 

Mientras, los instrumentos de viento parecen atorarse en la puerta, listos para irrumpir, pero son rechazados en cada intentona; cada vuelta al principio con más inquina y rabia. No es difícil imaginarse en ese maremágnum la tensión interna de Georgina, como si esos sentimientos sin rienda fueran contenidos en el ciclo mismo de Memorial; son contenidos, sí, pero van dejando una cicatriz en cada repetición ominosa, cada vez más difícil de sublimar, cada vez más salvaje.

Soundtrack de la película de Greenaway.

Una con un puente de violines tocados en una escala baja para enlazar una nueva repetición, y después las trompetas ominosas, hasta que apunto de la siguiente repetición, sobreviene el estallido de la voz de la soprano Sarah Leonard, un grito de pavor que coincide con la sangría y depravación que vemos en pantalla.

Nyman, el soberbio ladrón

“No soy un gran inventor. Lo que hago es usar, robar, adquirir, reproducir o reciclar música de otros músicos”, decía en tono demasiado creíble Nyman a The Guardian en 2002, un proceso que no ha cambiado nada en 2019. Estudioso de la historia de la música, es muy difícil ganarle en erudición a Nyman, reconocido como uno de los más grandes compositores británicos en la actualidad, autor no sólo de bandas sonoras como The Piano (1993) y Gattaca (1997), además de las cinco colaboraciones con Greenaway, sino que ha adaptado óperas al idioma inglés, como The Man Who Mistook His Wife for a Hat (el hombre que confundió a su esposa con un sombrero, 1987) y Noises, Sounds & Sweet Airs, (1995), esta última basada en La Tempestad de Shakespeare, entre otros numerosos trabajos. 

Y tal idea de la apropiación es muy notable en Memorial, que según Nyman es una marcha fúnebre en que repite el concepto en una de las colaboraciones con Greenaway, la influyente Drowning by Numbers (1988).

Pero no sólo es una apropiación de ese instante de su propia obra, sino que se repite en sofisticado ciclo minimalista, una parte del preludio de la ópera King Arthur (1691), compuesto por Henry Purcell; sólo que violines y cellos son tocados en uptempo, para dar más énfasis a las notas. Tal fragmento pertenece a What power art thou?, alías la canción fría, en la famosa ópera y Nyman retiene las cuerdas iniciales para marcar la grama de Memorial y aprisionar todo el ciclo.

La misma entrevista con Conrad otorga luces sobre las intenciones creativas de Nyman en Memorial, y quizás en su amplia obra musical: “Para mí, las emociones comienzan a escapar de su confinamiento, como si se escurrieran por los agujeros de una bolsa de té. Meticulosamente yo creo los agujeros, para que sean eso, para que ese sentimiento pueda escapar”, una operación mental que ocurre al pie de la letra en el “final” (¿se puede hablar de un final o es un corte para evitar la repetición infinita?), de Memorial.

Ese estallido final comandado por la soprano Sarah Leonard luego se convierte en auténtica tortura, en parte para sostener el caos de la revelación final en The Cook…, y en parte para sugerir de una forma histriónica que el tema no tardaría en volver al ciclo implacable, como una sugerencia de estar atrapados en la cavernosa belleza del tema, en su opresiva imposición, que a unos segundos del corte definitivo, parece que acaba de volver a empezar.

Como si el destino de Memorial nunca hubiera sido pertenecer a una película de cine de autor, porque es una pieza que de hecho lleva ese nombre porque Nyman compuso el tema en honor de las víctimas de la famosa tragedia del estadio Heysel, en que 39 aficionados del equipo Juventus, de fútbol soccer, perdieron la vida. Algo raro, luego de que esta pieza estará atada al arte de uno de los cineastas más controvertidos, por siempre. A la distancia podemos apreciar que el rudo director británico no se equivocó al colocar el Memorial de Nyman en su filme como algo más que música incidental, pues sirvió a la perfección para dar énfasis a uno de los momentos más demenciales y épicos de su filmografía y es uno de los temas (sino es que El tema), íconicos de la música de Nyman.

Escucha aquí Memorial de Michael Nyman:

Y aquí el soundtrack completo de The Cook, The Thief, His Wife and Her Lover:

https://youtu.be/3e1xCvz8YN4