Ivette Estrada

En el árbol genealógico de cada uno de nosotros aparecen mujeres con las que se enlaza nuestra infancia y cuyas palabras y momentos preservamos como algo valioso e inmarcesible. Esas mujeres que se columpian en nuestros recuerdos y llenan la atmósfera de imaginación, disfrute y dulzura son nuestras abuelas. Algunos de nosotros ya las tenemos en el cielo y, sin embargo, viven a través de las anécdotas, trozos de vida que son parte de lo que somos.

En todas las geografías y mundos no hay dos abuelas iguales. Sin embargo, Dios les confirió el poder de impactar positivamente la vida de sus nietos y volverse un referente de Amor. Cuando alguien habla de su abuela ocurre algo inusual: se dulcifica la voz, la mirada cambia y se vuelve tierna. Transita a una realidad llena de posibilidades y dicha. Las abuelas son hadas, contadoras de historias, abanico de posibilidades.

¿Qué don tan grande poseen las abuelas? Son madres por segunda vez. Y en esta ocasión descubren que ya no hay prisa, ni son tan importantes muchas cosas que antes consideraron vitales y las antepusieron a la felicidad. Ahora ya no hay que estirar recursos para criar a un niño ni elegir entre una u otro beneficio porque “no se puede todo”. La abuela, mujer sabia y eterna,  sabe que ya es tiempo de develar  la magia de la imaginación y los juegos. Se pasa de una etapa de subsistencia física y herramientas para la vida cotidiana a un feliz estadio de enseñar las cosas no esenciales que nos vuelven más humanos y felices, como compartir, escuchar, sonreír y negociar.

¿Qué nos enseñaron nuestras abuelas? Tal vez acciones sencillas como freír un huevo o hacer un remiendo, algunas felices como aprender una canción, tal vez te legó pasatiempos como armar rompecabezas, dibujar o ensartar cuentas…o quizás oficios sin nombre como curandera, narradora o herbolaria. Sin embargo, en cualquiera subyacen aprendizajes de vida que no pueden ignorarse: el poder de auto creación. Algo más: los pasos a una dimensión desdeñada e ignorada por otros, la imaginación que es realidad, el preludio para arribar a la verdad.

Las abuelas, de una u otra forma, son las que nos enseñan que existen ángeles de la guarda y que están ahí para cuidarnos, hacernos compañía y tener la certeza de que no estamos solos, porque hay un universo benigno para todos.

¿Por qué la bonhomía de las abuelas? Porque si hay oportunidades y una de las grandes misiones de la vida, ser madre, implica muchas veces tener la posibilidad de serlo otra vez.

Ahora que mi hermana menor se convirtió en abuela, la miro con ojos diferentes. Con un estatus de unicidad y fuerza. Recuerdo, entonces, a nuestra abuelita Angelita y a nuestra bisabuela Soledad, ambas extraordinarias y hermosas, ambas con perspectivas y marcos referenciales distintos, mujeres que siempre veneraré y amaré con la gratitud de haber tenido un tramo del camino junto a ellas.

Aparece aquí, en este recuento de vida, sin duda, mi propia mamita que un día se convirtió en abuela de mis sobrinos. Y en esa estirpe de mujeres que entregaron trabajo, dulzura, fantasía, horas e imaginación, le rindo un elogio a todas las abuelas del mundo, mujeres de mil facetas que fueron madres, compañeras, amigas, confidentes, guías, hadas, reinas y sabias. Mujeres que tuvieron el privilegio de ser abuelas.