Aleinad Mina
Cuando pensamos en arte de manera inmediata, es decir, irreflexivamente, pensamos en la música, la pintura, la danza, la escultura o la poesía, incluso en el cine, pues distinguimos las bellas artes de otras prácticas artísticas. ¿Por qué la gastronomía, la moda, los videojuegos o el tarot no son consideradas artes? ¿Cuál es el criterio del concepto de arte que unifica a ciertas prácticas artísticas? Incluso cuando vemos instalaciones o performance pensamos en estas prácticas desde un prejuicio, que nos hace establecer una perspectiva jerárquica entre cualquiera de las bellas artes y estas prácticas ¿Por qué la noción de bellas artes excluye a otras artes?
La idea de las bellas artes se originó en el siglo XVIII con Charles Batteux antes de este pensador no había una categoría que reuniera lo que hoy conocemos como tal. A partir de las primeras teorías estéticas que se formaron en el siglo XVIII, el criterio unificador de las bellas artes distingue a estas prácticas de las artes menores puesto que se asocian a la búsqueda de la belleza y el placer estético mediante la vista o el oído. Por ejemplo, una obra de arte es bella cuando provoca una experiencia placentera, que involucra al espectador en un libre juego de reflexión. Esto es, que mediante la contemplación de la obra se origina una reflexión que acompaña a la experiencia estética. El artista debe dominar una técnica y tener talento suficiente para que el espectador pueda contemplar belleza en la obra.
La noción tradicional de las bellas artes fue problemática para las prácticas artísticas posteriores del siglo XVIII, en especial para las vanguardias del siglo XX. Las vanguardias no eran compatibles con la noción tradicional del arte y muchas de sus prácticas no sólo desafiaron algunos de sus criterios, sino que incluso se opusieron a los límites. Así pues, el surgimiento de las vanguardias se aproximó al arte desde otras narrativas, y valores como la búsqueda del placer o la belleza dejaron de ser principios intrínsecos del arte. El dadaísmo fue un movimiento que criticó el estándar de las bellas artes y promovió la falta de sentido, la ausencia de codificación estética, de técnica y por supuesto aniquiló la idea de belleza.
Más que distinguir acerca de lo que es y lo que no es arte, un acercamiento histórico al mundo del arte manifiesta que la noción jerárquica del arte es contingente, pues está abierta a nuevos acontecimientos de la experiencia humana. La experiencia artística no se sujeta a un grupo de códigos y valores inamovibles, sino que se reinventa adecuándose a las nuevas necesidades tanto del artista como del público. Frente a la hegemonía cultural, la experiencia artística es el espacio para la invención.
Quizá es un poco arriesgado decir que el criterio unificador de las bellas artes en la actualidad debería de rectificarse ya que hay distintas prácticas artísticas que no se adecuan a sus parámetros, y sólo es un parámetro entre muchos otros. Hay arte que no está motivado por cuestiones formales, sus prácticas no tienen como fin el placer estético, transmitir belleza, o no esperan que el espectador tenga una actitud sólo contemplativa, se vuelve inadecuado partir de los valores convencionales para dar cuenta de otras experiencias. Por tanto, es insuficiente partir de dicha jerarquía para intentar abarcar las distintas posibilidades de la experiencia artística, que ha estado siempre presente en la humanidad.
Además, se pueden rastrear aquellas prácticas encaminadas a innovar las experiencias y resignificar el camino artístico, producir otro orden en la mirada. Por poner un ejemplo, la gastronomía es potencialmente un arte. Es cierto que no toda la gastronomía es artística, pero en la actualidad hay una fundación dedicada a la investigación, creación e innovación, de la ciencia gastronómica, esto es un dato relevante para tomar en cuenta ya que hace explícito que la gastronomía tiene otros intereses además de alimentar. La cocina del chef Ferran Adrià no se limita a ofrecer un deleite de los sentidos, sus platillos incitan a la reflexión, juega con distintos valores estéticos que hemos señalado anteriormente. Adriá busca hacer de la gastronomía una experiencia creativa, a partir de una base técnica y conceptual que no se agota en que sus comensales queden satisfechos, sino que busca conmover, hacer un acto reflexivo, paradójico, creativo.