Enrique Escobedo 

El colaboracionismo, como concepto, nació en Francia durante la segunda guerra mundial (1939-1945) y se debió a un discurso del entonces presidente galo, Felipe Pétain, quien en 1940 exhortó a los franceses a colaborar con el invasor nazi. Ante lo cual se organizó la Resistencia y el uso del término se convirtió en sinónimo de traidor. El concepto ha evolucionado y se ha desplegado de maneras acomodaticias. Por ejemplo, es común que un gobierno lo utilice para beneficio de su partido político, pero hable en nombre del Estado y acuse y señale de colaboracionistas y entreguistas a quienes piensan diferente. 

El conservadurismo es una posición política que propone el desarrollo al amparo de la idea de favorecer al mercado sobre el Estado. Pero con el pleno goce de las libertades. Sin embargo, en México del siglo XIX, el Partido Conservador pensó que, a fin de evitar tantos cuartelazos y luchas fratricidas, lo mejor era constituir una monarquía con el apoyo europeo. Dicha idea fue un fracaso histórico y Juárez y los liberales terminaron con la propuesta. Desde entonces, en México, ser conservador es sinónimo de traidor.  

En la práctica cotidiana de la política del actual gobierno es usual que algunos militantes de Morena hablen en el nombre de la patria y arropen a su partido político como el heredero legítimo y único de la historia, de ahí que arengan a la población con discursos incendiarios, esgrimen acusaciones y quieren hacer sentir mal a los disidentes y a los críticos. Ahí es cuando los acusan de colaboracionistas con los enemigos de su proyecto y de conservadores. Lo cual es muy peligroso, pues abren la puerta a los linchamientos sociales, a la cacería de brujas y a un neo-macartismo.  

Ser colaboracionista es diferente a ser conservador o liberal. Es cierto que muchos mexicanos apoyaron al Segundo Imperio y simpatizaron con Maximiliano, también es cierto que mucho otros no concordaban con los conservadores, eran liberales convencidos, pero no siguieron el camino de las armas bajo el mando de los generales Díaz o Escobedo por citar a algunos. 

Me imagino a algún padre de familia que tenía algún cargo de oficinista menor en la Secretaría de Hacienda durante el mandato de Maximiliano, debe haber acudido a trabajar sin muchas ganas, pero tenía una familia que mantener y su supervivencia dependía de un raquítico sueldo. ¿Acaso Juárez tildó de traidor a la patria a ese individuo? Por supuesto que no. Si el término de colaboracionista ya hubiese existido, tampoco se habría podido calificar a ese Godínez de la época como tal. Las circunstancias determinan la conciencia del individuo y no todos los seres humanos abandonan sus labores por seguir a un líder por el camino de las armas. Por eso los colaboracionistas franceses que estaban en los mandos superiores de la Administración pública fueron juzgados, pero no los técnicos y operativos.  

Algunos franceses apoyaron la invasión alemana en Francia por convicción y fue, en efecto, un acto de colaboracionismo, pero soportarla por necesidad no fue caer en tal situación. Haber apoyado la política de Trump de detener a los migrantes centroamericanos en nuestra frontera sur no es un acto de colaboracionismo. Fue aceptar la presión norteamericana o pagar altos aranceles a los productos mexicanos.  

El colaboracionismo tampoco aplica a muchos servidores públicos que tiene que obedecer decisiones de los mandos superiores y actuar depredando la selva chiapaneca o devastando el litoral tabasqueño de Dos Bocas. De ahí que tampoco procede calificar de traidores a quienes se oponen a esos proyectos faraónicos y, desde el punto de vista de los especialistas en ecosistemas, inútiles. 

Es peligroso calificar y tildar de conservadores o de colaboracionistas a quienes piensan diferente. El problema está en el manejo frívolo de las categorías. Peor aún, adecuarlas a conveniencia del grupo gobernante puede ser más problemático de lo que se pudiese pensar en un momento determinado. Recordemos que las posturas radicales que descalifican cualquier crítica en nombre de la “salud pública política transformadora” pueden terminar como Rousseau y Danton por un ejemplo. 

Sellar o etiquetar a alguien de colaboracionista o de conservador es recordarnos aquella sentencia de la Junta Militar Argentina de Videla que sostenía que primero hay que ir tras lo enemigos, luego contra los críticos, finalmente eliminar a los apáticos. Ese el riesgo de empezar señalando a quienes el gobierno califica de enemigos, colaboracionistas de intereses oscuros o conservadores y no de contrincantes.