Un juego sencillo: una pelota y dos equipos que intentan convertir goles. Tan sencillo que el futbol se convirtió en práctica común, extendida y aceptada por el mundo. En algún momento esa práctica se profesionalizó y surgieron las ligas, el juego adquirió un reglamento específico para la práctica profesional y se transformó en una industria internacional que mueve dinero (billones de dólares), aficiones y sentimientos.

Las proezas de muchos futbolistas han sido alabadas conforme las vamos viviendo: Pelé, Kubala, Di Stéfano, Lev Yashin, Shevchenko, Hugo, Maradona y tantos otros. El juego atrae y emociona. Sin embargo, conforme el fenómeno crece hay algunas cosas que son incontenibles, entre ellas la pasión o la identificación profunda con una región, unos colores. Los juegos son una ficción para evitar conflictos, como el ajedrez y la guerra. Es un proceso difícil: si se aceptan las reglas del juego, se sabe que la derrota es una posibilidad. Si se asume como competencia, se entiende que hay dos bandos también divididos: los dos equipos que lo practican y las dos aficiones que los alientan.

Sin embargo, cuando la emoción se desborda, la razón se ignora. Envueltos en un contexto de violencia supina, el pasado sábado 5 de marzo contemplamos horrorizados la avalancha de testimonios de lo ocurrido en el estadio Corregidora, en el que se llevaba a cabo el encuentro Querétaro-Atlas, correspondiente a la Liga MX varonil. No quiere decir que fuera la primera vez, pues hasta se han aducido un buen número de hipótesis para explicar ese grado de deshumanización, es decir, que se esperaba que volviera a ocurrir cuando no se daba por justificada la agresión de uno a otro bando.

De la balacera afuera del estadio al grito homofóbico. Tanta violencia diversificada hizo que nos olvidáramos del futbol como un escenario para esto que vimos apenas. Hubo saña, como la hay en muchas regiones del país en que también dos bandos se disputan algo. Lo que no debería haber es impunidad: observamos niveles impensables de violencia en un lugar donde las familias acudían a un entretenimiento como pudo serlo cualquier otro. Que se empiece por algo.

Entre todos debemos recordar que el futbol (y otras cosas más) nos hacen comprender al otro. El escritor argentino Martín Caparrós al hablar de “su” equipo, Boca Juniors, menciona que el futbol es una herramienta para saber vivir, porque la vida implica momentos buenos y malos, la victoria y la derrota. No dejemos que se manche más el mundo.